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Cómo arruinarte en Silicon Valley, San Francisco y Las Vegas

Una amiga mía me habló de Priceline, un sitio web donde se negocia el precio de avión, hotel y alquiler de carros. Con descuentos gigantes. Hace un año, en Cristalab Perú 2007, me echaron de un avión porque “mis maletas eran demasiado pesadas”. Logré sacarle un tiquete gratis a esa aerolínea. Aprovechando el vuelo gratis y los precios de Priceline, decidí viajar a Los Ángeles, alquilar un carro y recorrer Hollywood, Silicon Valley, San Francisco y Las Vegas.

Ese era mi plan perfecto. La realidad nunca está de acuerdo conmigo.

El vuelo “gratis” tenía una escala de un día en Miami antes de salir a Los Ángeles. Priceline me consiguió:


  • Hilton del Miami Downtown a US$60
  • Hilton en Silicon Valley a US$60
  • Monte Carlo en la mejor zona de Las Vegas a... US$60
  • No consiguió un carajo en Los Ángeles.

Todo empezó a ir mal cuando, en el primer avión, no encontré el iPod. En él había guardado TODOS los datos de direcciones, teléfonos, hoteles, reservaciones, todo. Se quedó en mi casa. Ese vuelo fueron tres horas de escuchar a un gringo hablar de lo bueno que era McCain.


El día en Miami fue corto. No conocía a fondo el centro de Miami y era una rara combinación del “feeling” newyorkino de gigantes edificios con la tradicional soledad absoluta de Miami. A pesar de ser una habitación barata, el Hilton me dio un cuarto con vista panorámica al downtown.


Pude conectarme a Internet desde mi portátil, obtener todos los datos perdidos del iPod y tomarles fotos. Mi cámara guardaría el dato y era lo suficientemente pequeña para sacarla donde fuera. Aunque de la experiencia aprendí y anoté todo en papel.


El siguiente día salí a Los Ángeles. Mi agenda era estricta. Saldría del aeropuerto a las 9pm, alquilaría un carro en el aeropuerto, pasaría la noche en Los Ángeles y me iría a Silicon Valley. Fácil y efectivo plan. Llegué a la renta de carros, mostré mi reservación, revisaron mi licencia, pasaron mi tarjeta de crédito y fue rechazada.

WTF!?

La pasaron de nuevo y una vez más fue rechazada. Ellos no aceptan dinero en efectivo y mi tarjeta debito no sirve internacionalmente. En mi banco, la tarjeta de crédito tiene dos saldos. Uno en pesos, moneda local y otro en dólares. Cada saldo se maneja diferente. Había encargado a mi hermano pagar el saldo en dólares y él, con fraternal amor, lo hizo en pesos. Dejando mi tarjeta sobrecargada en dólares y con saldo a favor en pesos. Gracias.


Pedí un taxi desde la renta de carros y me fui al motel donde dormiría esa noche, que costaba sólo 60 dólares, pero quedaba en el jodido infierno. Planeaba tener un carro al llegar, así que no sería costoso. El taxi me cobró 65 dólares. Llamé al banco. Era un viernes y el banco no funcionaría hasta el próximo martes, porque el lunes era festivo, entonces solucionarían mi problema y podría usar la tarjeta el siguiente jueves, cuando ya habría terminado mi viaje.

En los alrededores no había NADA abierto, excepto una taquería. Quizás los peores tacos que he comido en mi vida. Eran las 3am.

Al siguiente día, en la mañana, gasté todo mi saldo de Skype en llamar a rentas de carros en Los Ángeles que aceptaran dinero en efectivo. Una de ellas, “Payless Car Rental”, me dijo que sí. Tome mis maletas, salí del motel y, a las 10am, un taxi de 50 dólares me llevó. En Payless, con maletas y sin dormir, me dijeron que estaba loco y que con quién había hablado.

Los maldije.

El “manager” salió a hablarme y me dijo de una compañía que renta carros sin necesidad de tarjeta de crédito. Me advirtió que eran “un poco caros”, pero que me ayudarían. Es más, vendrían a recogerme en Payless.

A los pocos minutos, una camioneta blanca llegó, montó mis maletas y a mi y arrancó. Tras recorrer algunos minutos por Los Ángeles, llegó a un edificio, entró al parqueadero y por detrás del parqueadero, vi el lugar.

Sakura Rent-a-car se llamaba.

El dueño es un iraní y su esposa japonesa, atendido por un gringo tradicional. En mi plan original, alquilar el carro por 4 días, sin límite de millas, con GPS y con un tanque de gasolina lleno me habría costado 180 dólares. El gringo me explicó que con GPS y sin gasolina, el carro costaría 250 dólares más 100 dólares de depósito. También me dijo que tenía que firmar dos contratos y dejar en su poder mi pasaporte. Mi pasaporte.

El problema de Priceline es que si un hotel acepta el precio que uno pone por una habitación, el pago se hace inmediato, sin poder decir que no. Yo tenía reservas pagas en Silicon Valley y Las Vegas, no podía quedarme en Los Ángeles y allá no existe el concepto de “bus que te lleva”. No quería pagar un vuelo domestico tres veces. Tomé el maldito carro.

Y a la carretera me fui.


La ciudad de Silicon Valley a donde iría era Santa Clara. A 10 minutos de Google, Apple y Standford. En frente de Yahoo!. A 15 de Adobe. Era un viaje muy feliz. De Los Angeles al hotel tardé seis horas en llegar.

Los pueblitos de Estados Unidos no son como en Latinoamérica. Aquí, cada pueblo tiene sus peculiaridades, arquitectura especial, cosas únicas. Sí, la mayoría giran en torno a una iglesia y una plaza en frente, pero cada uno tiene su propio sabor.

Los pueblos gringos son como la red de blogs en español. Copypaste uno del otro. Todos son igualitos. Sales de la autopista, casas tipo suburbio, un par de gasolineras, un puto Taco Bell (Taco Bell es el dueño de California) y alguna tienda aleatoria. A veces ves Wendy’s o Burger King, pero en general, sólo Taco Bell.


Comí más “comida mexicana”, si a lo que sirve Taco Bell se le puede llamar así.

Con el metabolismo más jodido de lo que un ser humano puede resistir, llegué al Hilton de Santa Clara. Un bonito hotel, con wifi gratuito (Como debe ser), una cama esplendida, un desayuno rico y un parqueadero asqueroso. Sin dormir mucho y con la autopista en mi cabeza, salí del hotel y me fui a San Francisco. Necesitaba sushi.

San Francisco es otra ciudad de las que me gusta. Urbana, llena de gente, llena de edificios, con una arquitectura que combina lo ingles victoriano con lo moderno. Sólo un par de problemas:
  1. Es una jodida colina empinada.
  2. No es New York.


Y digo que no es New York porque, aunque tiene la gente activa, los edificios y la vida social, no tiene el metro. Si no tienes auto en San Francisco, estás jodido. Y como todos tienen auto, todos los parqueaderos están llenos a más no poder.

Tras rodear cuadras hasta encontrar un parqueadero, corrí al lugar de sushi que había encontrado en Google Maps y cerraron la puerta en mi cara. Acababan de cerrar. Eran las 2am.

Merodeé la ciudad hasta las 3am, donde otros dos sitios de sushi me cerraron la puerta en la cara (En serio, llegaba y justo era la hora de cierre). Decidí entrar a un restaurante thai, tomarme una sopa inmunda de fideos y volver al carro.

¿Mencioné que merodeé la ciudad por una jodida hora? No recordaba como regresar al carro.

A las 3:40am, encontré el carro.


De San Francisco a Santa Clara es una hora. Llegué en 40 minutos conduciendo a 110 millas por hora. Eso es 180Km/h para la gente sana que usa el sistema métrico. Estuve a punto de dormirme varias veces y al no traer mi iPod, no tenía musica. Decidí cantar canciones de metal en mi mente, pero me seguía durmiendo. Tuve que mover la cabeza como si estuviera en un concierto para conducir sin matarme.


Pedí al Hilton que tuvieran mi desayuno en la mañana y dormí.

El Hilton tuvo mi desayuno.


Ya era domingo. Los edificios del valle estaban cerrados (aunque en Google encontré gente haciendo tai chi), pero conocí varios. Yahoo! es varios edificios pequeños abarcando varias cuadras. Apple es toda una cuadra gigante en un solo complejo de cristal (Como debe ser). Google es varios edificios de poca altura y de arquitectura circular, combinada con oficinas típicas y muchas zonas verdes. Lo más interesante fue visitar una tienda llamada Weirdstuff. Era una bodega con millones (millones en serio) de partes viejas de computadores. Tenían de todo, switches, router, servidores, viejos PCs, macs, laptops, videojuegos, modems internos, tarjetas ISA, todo.





Compré una linterna de leds azules por dos dólares en Weirdstuff y me fui a Adobe. Antes de llegar, encontré el espectáculo natural más extraños, colorido, adorable y bizarro de la ciudad.

Una convención de anime a una cuadra de Adobe.


Adobe son dos edificios gigantes unidos por dos puentes integrados al edificio. En la primera planta hay varias cosas interesantes, como material promocional de software de Adobe o un collage flotante de fuentes tipográficas.



Ya eran las 3pm y tenía un viaje de 10 horas frente a mi. Salí del valle y me fui a Las Vegas.

Probé una técnica experimental de desconexión cerebral para no sentir dolor y llegué sin pena ni gloria a Las Vegas. Diez sólidas horas de conducción en mi espalda. Velocidades de conducción de 200Km/h adquiridas y batallas en la autopista contra un BMW convertible perdidas.


El Monte Carlo es uno de los hoteles del “Boulevard” de Las Vegas. Donde están todos los hoteles famosos. Tiene tres mil habitaciones y una congregación de prostitutas en el lobby. Su primer piso es un centro comercial y la habitación de sesenta dólares que conseguí era la más barata de todas. Por un guiño de ojo a la encargada del check-in, fui “cambiado” a una suite.


Una suite es una habitación con sala, dos ambientes, dos baños, una cama inmensa, TV LCD de 42”, jacuzzi y champaña gratis.

No tenía champaña gratis, pero el resto sí.

Salí con la convicción que Las Vegas tendría un maldito lugar donde comer sushi. A las 3am, Las Vegas era aburridor y solitario. Las leyendas son mentira. Llegué a un restaurante de sushi y el mesero me dijo que acababan de servir la última orden. Entré al restaurante de al lado, un bar mexicano. Comí mexicano.


Las Vegas es aburrida. Si no vas a apostar, conseguir una prostituta o ir a uno de los caros espectáculos de comediantes / charlatanes / circo del sol, no hay mucho más que hacer. Mi único consuelo era que, en el camino de vuelta, el viaje a Los Ángeles sólo tomaría cuatro horas.


La realidad me detesta. Era el final del lunes festivo y la gente que había ido de “fin de semana” a Las Vegas ya regresaba. Un embotellamiento en la autopista salido del infierno me tuvo atrapado en las malditas Vegas.

Tras una hora de total y absoluta quietud, un hombre salió de una camioneta atrás de mí. Su apariencia era latina pero su ingles tenía acento ruso. Hablamos del calor asesino del desierto, de lo atrapados que estábamos y de las opciones qué tenemos.


“¿Y si nos metemos por el desierto?”, me propuso.
“¿Avanzar por el desierto?”, pregunté.
“Si no, nos vamos a quedar aquí para siempre. Conducimos lento y todo irá bien.”

Fácil de decir para él, en una enorme camioneta Chrysler 4x4. Yo en un humilde Toyota Corolla alquilado. Decidí mandarlo todo al infierno, montarme en el Corolla, apagar el GPS y lanzarme al desierto.

Avancé unas tres millas hasta que la vía se convirtió en una colina subiendo. Un asiático cansado del tráfico me dejó reincorporarme a la autopista y salvé mucho tiempo. ¡Se movía! Así fuera a 10mph, se movía. Traté el truco de apagar mi cerebro de nuevo, pero no funcionó, así que resolví volverme loco por un rato. La locura no resolvió nada así que volví a apagar el GPS y me salí de la ruta. Así fue como llegué a una ciudad fantasma.


Calico es una ciudad fantasma en el camino entre Las Vegas y Los Ángeles. Es mantenida por el gobierno y luce igual como era antes de ser abandonada. Es una típica ciudad “del viejo oeste”. Nada que ver excitante, pero una buena vista del desierto y un break del infierno de la autopista.


Con la excepción que, en el parqueadero de Calico, rayaron el carro por detrás. Un rayón profundo, que levantó la pintura. Se notaba blanco frente al azul metalizado del Corolla. El iraní me rompería los dedos. En mi plan perfecto, yo debería estar en Universal Studios en Los Ángeles. En cambio, estaba por la carretera, comprando rotuladores azules y pintando el maldito carro.

El rotulador ayudó, pero no como esperaba. Aun se notaba el rayón. Plan B: Frené en el desierto, descargué una botella de agua contra el suelo y llené de barro la parte de atrás del carro. Parecía que acababa de cruzar la selva amazónica. Tapó perfecto el golpe.


Tras siete horas, llegué a Los Ángeles. Entregué el carro y aunque el gringo notó el exceso de barro, no preguntó mucho y no notó el rayón. Lo que si notó fue el millaje.

“Wow, las millas realmente están altas, ¿Hasta donde fueron?”, preguntó.
“Ahm... A Las Vegas”.
“Pero pareciera que hubieran viajado hasta San Francisco” dijo bromeando.
“¿Hay algún problema?”
“No, sólo que con el millaje tan alto se sale del contrato, entonces tenemos que cobrarte adicional”.

En total, querían cobrarme 555 dólares por alquilar el carro tres malditos días. Quinientos cincuenta y cinco dólares y ellos tenían mi pasaporte. US$ 555 por no tener una tarjeta de crédito.

Pagué.

Me fui.

Llegué al último motel de mi viaje. Aun me quedaba un poco de energía y algo de tiempo, eran las 9pm y mi vuelo salía a las 7am del otro día. Fui a Hollywood a conocer un poco y esta vez, conseguir un maldito restaurante japonés. Busqué en Google Maps varios para no ser vencido, lo lograría. Llegué al primer y estaba cerrado. El segundo estaba cerrado. El tercero estaba abierto y en el corazón de Hollywood, justo arriba del Kodak Theater. Entré y me dijeron que ya habían servido la última orden. Me cerraron en la cara.


Me negué a comer mexicano esa noche, así que me compré una pizza.

Hollywood es otra cosa aburrida. Más hype que emoción. Son tiendas, unas estrellas en el piso y no mucho más. Sinceramente no sé qué esperaba. Lo único interesante fueron varias “dobles” de Marilyn Monroe que luego asimilé que eran prostitutas.


Un bus salía del motel al aeropuerto a las 5am, pero dormí demasiado y lo perdí. Tome un taxi de 30 dólares y me largué de L.A.

Otra noche en Miami, pero está vez en casa de unos amigos. Uno de ellos me llevó a una tienda de comics, anime y manga. No dejaban tomar fotos adentro, pero la fachada me resultó interesante.


Si no fuera por Audrey Hepburn, me habría vuelto loco en el viaje. Han pasado dos semanas desde el viaje y cuando cierro los ojos, sólo veo la autopista y el dinero perdido.

Una selección de más fotos del viaje está en Love4Clab.

Una experiencia para repetir.

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